La compasión la entendemos como el deseo genuino de que todas las personas, y seres vivos, sean felices y por lo tanto hacemos todo lo posible por ayudar a que esto suceda. La compasión es una gran aliada para alejarnos del egocentrismo en que muchas veces estamos inmersos y comenzar a ver qué sucede en los demás.

Como todas las emociones, la compasión surge de una motivación, de un pensamiento, de una reflexión: a nadie de nosotros nos gusta sufrir o ¿en algún momento has dicho “¡Hoy quiero sufrir!”?, probablemente no. Y así como a ti no te gusta sufrir, a nadie alrededor de ti tampoco. Por otro lado es importante identificar las emociones que experimentamos cuando sufrimos: miedo, desesperación, enojo, frustración, celos, entre otros, observar que estas emociones no nos hacen sentir bien, nos alejan de nuestra felicidad y bienestar. Cuando logramos observar estas emociones y pensamientos en nosotros, se vuelve más sencillo identificarlas también en los demás. Es en este momento en que podemos sentir empatía pues podemos ver el sufrimiento en las demás personas. Debido a que ya sabemos qué se siente y cuál es la experiencia de este sufrimiento, y que no nos gusta, generamos un fuerte deseo de que nadie más lo experimente, y de que, por el contrario, sean felices. Es así como nace la compasión en nuestros corazones, hacia nosotros y hacia todos los que nos rodean. El siguiente paso es llevarla a la acción: cuidar que nuestras palabras y acciones eviten el sufrimiento y generen felicidad para todos. Cuando hacemos esto crecemos como personas, nos enriquecemos y cooperamos a que el mundo sea más armónico y agradable para todos.

Seamos ejemplos de compasión en casa, en la calle y en todos nuestros espacios. Invitemos a todos a observar con compasión y a que ésta esté presente en nuestros corazones para comprender, apoyar y ayudar a los demás. La compasión nos hace salirnos de nuestro caparazón y aprender a ver y cuidar del gran mandala que nos conecta a todos, en el que todos buscamos la felicidad.